Las tradiciones navideñas de los pequeños pueblos siempre me han resultado
las más curiosas. Es por eso por lo que voy a contaros un poco cómo eran las navidades en un pueblo del noroeste de
España, Muelas de los Caballeros, en Zamora, durante las primeras décadas del
siglo XX.
En vísperas del día de Navidad, de Año Nuevo y de Reyes, los niños
(rapaces) pedían las vejigas de los cerdos, las lavaban y las hinchaban como si
fueran globos. Se hacía un oficio religioso llamado las Vigilias y los rapaces
llevaban sus vejigas para explotarlas contra el suelo cuando el cura salía de
la sacristía.
El 24 de diciembre, Nochebuena, se hacía la Colación, que consistía en
comida de viernes, es decir, sin grasa. Se comía un poco de todo lo que se
tenía en casa: nueces, castañas, sardinas, pulpo y hasta garbanzos. Banquetes
muy modestos. El día de Navidad era una fiesta familiar y se aprovechaba para
estar en casa. Al día siguiente de Navidad se corrían las Cintas, que consistía en que,
montado en bici o en burro, había que meter un lápiz o un palo por la anilla
que había en el extremo de una cinta colgada. El que lo hacía se llevaba un
premio. Y al día siguiente se corrían los Gallos. Colgado por las patas de una
cuerda, había que cogerle del cuello entre los dedos corazón e índice,
al pasar con una caballería mayor, y arrancarle la cabeza.
El día de los Inocentes, 28 de diciembre, se hacía la Carrada: los jóvenes
iban con un carro tirado por ellos al monte a buscar un roble. Se cortaba y se
llevaba al pueblo en el carro, también tirando de él. Después se vendía como
leña y con el dinero que se sacaba los mozos hacían una cena. Por el roble iban
solo los mozos (o sea, los solteros); pero a la cena iban también las mozas. (Era
un rito para estrechar el vínculo entre los jóvenes.) También este día los
mozos “cazaban” a los casados y les obligaban a hacer lo que quisieran (lo que
quisieran los mozos): morder una boñiga, saltar un tejado... Se cogía un orinal
y, para poder manejarlo como incensario, se colgaba de una cuerda. Se echaban
dentro buestas (boñigas de vaca) secas, se prendían (olían a demonios) y se iba
incensando al prisionero, al que se llevaba atado. Pero si pasaban por delante
de un comercio, o de un bar, debían concederle “todo” cuanto pidiese:
chocolate, vino, galletas... Ese día era frecuente preguntar: “¿Cuántas veces
te la han plantado hoy?” Si el otro contestaba que ninguna, se le replicaba:
“No he visto un borrico con tanta fortuna” (bromas muy inocentes). El 29 de
diciembre se llamaba Las Pegas y se hacía lo mismo, pero con los papeles
cambiados. Ahora los casados perseguían a los solteros.
El día de Nochevieja, 31 de diciembre, se hacía la Cucaña (un poste clavado
en el suelo, con la superficie lisa y engrasada, por el que había que trepar
para alcanzar un pollo y cinco duros (25 pesetas, unos 15 céntimos de ahora).
La noche de fin de año, después de cenar, no se quitaba la mesa. Mientras sigue
la mesa puesta no se marcha el Ángel de la Guarda, se decía.
El 6 de enero, día de Reyes, los niños pedían el aguinaldo a su padrino,
que le daba una naranja, unas nueces, unas castañas y, a veces, un par de
chorizos. Los que realmente pedían por las casas eran los adultos. La víspera
de Reyes, por la noche, hombres y mujeres hacían una ronda pidiendo por el
pueblo. Tres hacían de Reyes, que iban a caballo, o en burro, tres de pajes y
el resto cantaba. Primero se iba a casa del alcalde, luego a la del cura, a la
del secretario, a la de los concejales... a las casas de los principales del
pueblo, los que podían dar algo, pues el resto eran tan pobres que no podían
dar nada. Les solían dar dulces (pasas, higos, caramelos) y una copa de
aguardiente. Los dulces los guardaban. Sería el regalo que esa noche dejarían
los Reyes a los niños.